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(Ginebra, Suiza, 3 julio de 2013)

 

PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA, JUAN MANUEL SANTOS, EN EL SEGMENTO DE ALTO NIVEL DE LA REUNIÓN DEL CONSEJO ECONÓMICO Y SOCIAL DE LAS NACIONES UNIDAS, ECOSOC 2013

 

Vivimos una coyuntura crucial en la historia de la Humanidad.

Los desafíos que enfrentamos como gobiernos, como grupos regionales y como comunidad global se han hecho cada vez más complejos y difíciles de asumir.

Pero este es también un tiempo de oportunidades. Si las aprovechamos para avanzar en justicia, en equidad y en sostenibilidad, podemos asegurar el bienestar y la prosperidad no solo de esta generación sino de las siguientes.

Lo que se discute en este Consejo y en las Naciones Unidas sobre la forma en que debemos confrontar los desafíos del desarrollo y satisfacer las necesidades humanas de hoy y de las próximas décadas es, por eso, de enorme trascendencia.

Hoy sabemos, por ejemplo, que lograr el desarrollo sostenible y erradicar la pobreza son imperativos globales que no son independientes sino que deben perseguirse simultáneamente.

La tarea de diseñar estrategias para la acción debe involucrar a todos: a los gobiernos, a la sociedad civil, a la academia, al sector empresarial, en una alianza que responda eficazmente a todas las dimensiones del problema.

En las dos últimas décadas se ha ido afianzado esta alianza de forma muy constructiva y hemos logrado la que podríamos denominar una aproximación holística al desarrollo: desde las dimensiones social, ambiental y de derechos humanos, hasta los componentes de la seguridad y la paz.

Todos son requisitos esenciales para alcanzar un desarrollo sostenible y reducir sustancialmente la pobreza.

Infortunadamente, hay serios déficits de implementación en todos los niveles.

Los nobles objetivos y compromisos en que nos pusimos de acuerdo no han alcanzado –al menos no todavía– los resultados que buscábamos.

En el proceso, sin embargo, hemos aprendido valiosas lecciones y hoy podemos decir que estamos todos de acuerdo en que podemos hacer más, y en que podemos hacerlo mejor.

Para esto se requieren acciones transformadoras en todos los niveles y, sobre todo, un fuerte compromiso de los responsables de ponerlas en práctica.

Porque las palabras y las promesas están bien, pero lo cierto –y lo digo con toda claridad– es que los países desarrollados tienen que hacer mucho, muchísimo más.

Los hechos no mienten: estos países representan casi el 60 por ciento del PIB mundial, son responsables de tres cuartas partes del comercio y consumen más de la mitad de su energía.

Sin embargo, tienen solo el 18 por ciento de la población, crecen muy lentamente y, lo que es más preocupante, no logran implementar con rapidez y oportunidad las reformas que ellos y el mundo necesitan.

En cambio, los países en desarrollo estamos creciendo el doble de rápido, muchos hemos logrado reducir la pobreza y la desigualdad, y muchos también estamos sacando adelante reformas de gran envergadura para potenciar estos cambios –aun en ambientes políticos adversos–.

Hoy por hoy –¡qué paradoja!– los países en desarrollo estamos contribuyendo proporcionalmente más al crecimiento y el bienestar económico y social del planeta que los desarrollados.

Hicimos las reformas que tanto nos pidieron, fortalecimos nuestros sistemas financieros, y aumentamos nuestra capacidad de ahorro.

Ahora podemos decir con autoridad moral, a quienes nos predicaban desde su prosperidad, que les corresponde a ellos su cuota de reformas.

Ha llegado la hora de que demuestren su voluntad política para hacerlas. Si pudimos hacerlo nosotros, a pesar de la pobreza y las dificultades de toda índole, por qué no las mayores economías del planeta. Es difícil, pero se puede.

En épocas de crisis es fácil perder el norte, cerrarse y mirar solo hacia adentro. Por eso no podemos olvidar lo que está en juego. Se trata del bienestar de la humanidad.

Este es el momento de mirar al mundo en desarrollo, de analizar con detenimiento lo que está haciendo y de aceptar, con humildad, que ahí también hay muchas lecciones que aprender.

¿Se imaginan el impacto que tendría para todos que los países desarrollados aplicaran las recetas para la equidad, la sostenibilidad y la estabilidad que hemos implementado otros países?

El comercio, la inversión y la asistencia multiplicarían nuestro esfuerzo, al tiempo que serían la mejor medicina para los males que los aquejan.

Lo que está haciendo insostenibles a los países ricos es un estado de bienestar en salud y pensiones difícil de mantener, más aún cuando las empresas y la capacidad productiva están migrando a Asia, América Latina y África.

También el tema de la estabilidad es crítico, pues desde 2007 las economías avanzadas han sido fuente de inestabilidad de todo tipo: financiera, cambiaria, en los precios de las materias primas y en las políticas de comercio.

América Latina lleva seis años "con la cabeza bajo el agua", soportando la apreciación de sus monedas, y se han afectado sectores productivos y empleos que habíamos ganado con esfuerzo en la agricultura y la industria.

La causa hay que buscarla en las políticas atípicamente expansivas de los bancos centrales de Estados Unidos, Europa y Japón.

En un mundo inestable, con preocupantes trazos de insostenibilidad y con desigualdad, muchos originados en los países más ricos, es difícil prosperar.

La interdependencia, señores, es evidente. La posposición de las reformas es imperdonable.

Hay que obrar, además, con visión de futuro y pensar no solo en un horizonte de uno o cinco años, sino en el mundo que queremos ser en 10, 20, 50 o 100 años.

En septiembre de 2011, los gobiernos de Colombia y de Guatemala presentamos una proposición para que se establecieran unos Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Vimos la Conferencia de Rio+20 como una oportunidad única para que la comunidad internacional se pusiera de acuerdo para evaluar los avances y los cuellos de botella en los esfuerzos para alcanzar un balance entre el crecimiento socio-económico y el uso sostenible de los recursos naturales.

La Conferencia, felizmente, apoyó esta iniciativa, y las discusiones para definir estos Objetivos ya comenzaron.

Desde nuestro punto de vista, los Objetivos de Desarrollo del Milenio y los Objetivos de Desarrollo Sostenible son totalmente complementarios.

Vale la pena resaltar que, mientras los primeros se aplicaron únicamente a los países en desarrollo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible tendrán una aplicación universal.

Ellos van a definir lo que será la agenda del desarrollo después del 2015.

Por eso urgimos a todos los gobiernos, al sistema de las Naciones Unidas, a la sociedad civil y a los socios del sector privado, a que apoyemos la definición de los nuevos objetivos.

Hablando de Colombia, puedo decir con satisfacción que no sólo nos enorgullece haber promovido la iniciativa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible sino que también hemos avanzado mucho en los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

El primero de ellos es la erradicación de la pobreza extrema.

No hay duda de que la superación de la pobreza es el más importante reto que enfrenta la humanidad, y Colombia no está exenta del mismo.

En nuestra política de superación de pobreza hemos entendido dos cosas fundamentales:

La primera es que, si algo define a la pobreza extrema, es la exclusión: la exclusión de las oportunidades, de la educación, de la salud, del acceso a los medios productivos e, incluso, de ejercicio pleno de la ciudadanía.

La segunda es que, por lo mismo que acabo de decir, la pobreza no es exclusivamente un tema de falta de ingresos.

La pobreza es una condición multidimensional.

Entendiendo esto, la política de superación de pobreza que hemos puesto en marcha es el mayor ejercicio de innovación social que se haya desarrollado en la historia de nuestro país.

Este ejercicio incluye la adopción de indicadores que nos permitan medir, hacer seguimiento, e incluso definir las políticas públicas para reducir la pobreza y la desigualdad.

Con esto en mente, desde hace más de dos años hemos trabajado con la Iniciativa sobre la Pobreza y el Desarrollo Humano de la Universidad de Oxford en la implementación y desarrollo del Índice de pobreza Multidimensional.

Este índice permite medir el estado de cada una de las variables que producen pobreza y da luces sobre las acciones que deben tomar los gobiernos para superar este reto.

Al acercarse el plazo de cumplimento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, quiero exhortarlos a considerar la superación de la pobreza y su carácter multidimensional como "el reto más importante de la humanidad".

Porque no basta con tener economías pujantes si el crecimiento no se distribuye bien y si no lo aplicamos a solucionar las distintas dimensiones de la pobreza.

Hoy Colombia es, junto con Perú, el país que más ha reducido la pobreza en América Latina, y es a su vez, junto con Ecuador, el país que más ha reducido la desigualdad.

Logramos reversar, después de décadas, esa tendencia perversa en la que el crecimiento económico favorecía más a las personas de mayores ingresos que a los pobres.

Dentro de los Objetivos del Milenio hemos cumplido también con las metas de generación y mejoramiento de la calidad del empleo y las coberturas de educación, los dos sectores que más influyen sobre los ingresos y que son, por lo mismo, determinantes en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

En los casi tres años de nuestro gobierno, el desempleo ha bajado consistentemente mes tras mes. Más de 2 millones 300 mil colombianos han encontrado trabajo, lo que nos ubica como el país que más empleo está generando en América Latina.

Y en cuanto a educación, cumplimos con anticipación la meta de cobertura universal en educación básica, y no solo eso, sino que hemos garantizado su gratuidad en todos los colegios públicos, lo que ha beneficiado a 9 millones de niños y jóvenes.

Sin embargo, ningún avance en pobreza y equidad, en educación o servicios, es efectivo y duradero en ningún país del mundo si no se da en un contexto de paz.

Por eso en Colombia estamos haciendo un esfuerzo histórico para terminar, por la vía del diálogo, un conflicto interno que nos ha desangrado por medio siglo.

Estamos adelantando un proceso serio y realista que –si tiene éxito, como esperamos– acabará de transformar positivamente la vida de los colombianos. Para esto es muy importante el apoyo de la comunidad internacional, apoyo que hemos venido recibiendo, y que hoy quiero agradecer una vez más.

No pretendo ser exhaustivo sobre la situación de mi país, pero sí reiterar que Colombia está comprometida con cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, así como con la definición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

De hecho, participamos en el Grupo que trabaja en este tema y hemos presentado ya dos propuestas concretas para facilitar la estructuración de estos objetivos.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible serán –como ya dije– el eje de la nueva agenda de desarrollo.

Es fundamental aclarar que ellos no hacen referencia tan sólo a un conjunto de objetivos y metas, sino que también incluyen las condiciones y elementos necesarios para su implementación.

Nuestro desafío no será únicamente erradicar la pobreza sino asegurar que estos logros sean irreversibles; que podamos establecer una clase media sostenible y productiva.

Tal como lo señaló el informe del Panel de Alto Nivel en el que participa la Canciller colombiana, es necesario crear un entorno global que permita avanzar en esta nueva agenda universal.

Dentro de los temas que se destacaron están la necesidad de apoyar un sistema abierto y equitativo de comercio; la necesidad de implementar reformas para garantizar la estabilidad del sistema financiero global y alentar la inversión extranjera directa privada de largo plazo; y los esfuerzos por reducir los flujos financieros ilícitos.

También es muy importante trabajar mancomunadamente para mantener el incremento de la temperatura global por debajo de los 2 grados centígrados, y promover la colaboración para el acceso a la ciencia, tecnología e innovación.

Dicho lo anterior es claro que los Objetivos de Desarrollo Sostenible no constituyen una "agenda ambiental".

La contribución más importante de estos objetivos será la de permitir que nuestras sociedades y economías entiendan que las tres dimensiones del desarrollo están íntimamente interrelacionadas.

No podremos alcanzar nuestras metas económicas y sociales si no tenemos en cuenta la disponibilidad y escasez de los recursos, y si no promovemos un uso más eficiente.

Estos son desafíos a los que solamente podemos responder de manera conjunta, y para los que necesitamos una visión y una agenda compartida que abarque a todos los países, no sólo a los no desarrollados.

Excelencias:

La globalización –como decía mi buen amigo y profesor, el gran humanista mexicano Carlos Fuentes– "tiene, como Jano, dos caras: una es la cara de una prosperidad deseable, la otra la cara de una exclusión indeseable".

Lo que pasa en un país afecta a todos los demás, eso es claro. Pero las economías más débiles acaban soportando cargas desproporcionadas cuando ocurren crisis a nivel mundial.

A diferencia de lo que –por fortuna– ocurre hoy en Colombia, la inequidad, en general, se ha acelerado entre países y dentro de los países, y el desempleo también ha aumentado.

Así las cosas, la búsqueda del desarrollo sostenible debe tener en cuenta la necesidad de asegurarnos de que la globalización sea mejor manejada, sus cargas minimizadas y sus beneficios compartidos de forma más igualitaria.

Para que tengamos éxito en este empeño debemos emprender acciones que garanticen un balance entre el papel de los mercados y el rol del gobierno en su tarea de asegurar que los resultados sean justos, igualitarios y sostenibles.

He sido un convencido de las tesis de la Tercera Vía, que en su momento defendimos con el ex primer ministro británico Tony Blair.

Esta filosofía puede resumirse en una frase muy sencilla: "El mercado hasta donde sea posible; el Estado hasta donde sea necesario".

Necesitamos libre comercio e inversión para generar crecimiento pero también necesitamos Estado para que este crecimiento llegue a toda la sociedad de forma equitativa.

Y lo mismo a nivel mundial. Las instituciones de gobernanza global tendrán que modificarse y fortalecerse para que todas las voces sean escuchadas.

Un multilateralismo fuerte, basado en normas, es un buen objetivo, pero asegurarnos de que sus resultados sean justos y sostenibles es algo aún más fundamental.

Debemos diseñar políticas que, teniendo en cuenta consideraciones de tamaño y estructura, beneficien a todos, utilizando si es preciso medidas compensatorias de desarrollo.

En todo esto el sistema de Naciones Unidas, y en particular el ECOSOC, tiene una gran responsabilidad en la promoción del desarrollo sostenible en todas sus dimensiones.

Para Colombia es un honor presidir, en la persona del embajador Néstor Osorio, este trascendental organismo, que es uno de los pilares de la Carta de Naciones Unidas, y queremos aportar de forma constructiva y eficaz.

Los invito a que fortalezcamos esta importante institución multilateral para que cumpla con la inmensa responsabilidad que hoy tiene a su cargo y avance en la construcción del futuro que todos queremos: un futuro sostenible, de paz, de progreso y de equidad.

Muchas gracias